Es la variedad verde del berilo, la más preciosa por el hecho de su color incomparable, su nombre viene del griego “smaragdos” que proviene de una muy vieja palabra semítica que significa “brillar”.
Es una de las gemas más buscadas, cuando es de un verde muy intenso y puro. Su precio puede igualar o sobrepasar aquel del diamante. Su color es tan bello y único que la tonalidad “verde esmeralda” se convirtió en el término utilizado para caracterizar esta tinta, ella es debida al cromo y/o al vanadio. Hasta principios del siglo XX, a numerosas piedras verdes todavía se las llamaba “esmeraldas”.
Hasta el siglo XVI las esmeraldas de Zabarah en Egipto, conocidas desde el 1500 a. c. y que habían sido proporcionadas a Cleopatra, eran las más reputadas.
Los romanos apreciaban esta piedra, “no hay color más agradable al ojo que el de la esmeralda” escribía Plinio.
India explotó también campamentos de esmeralda ya agotados: Udaipur, Ajmer, Rajgarath, Bhilwara… Esta gema fué rarísima hasta la Edad Media porque existían pocos yacimientos.
Son los descubrimientos de los conquistadores quienes la propagan en Europa a partir de 1535, después de haber saqueado sin vergüenza los templos del nuevo mundo. Las esmeraldas partían en los galeones, uno de estos se hundió al largo de la Florida y llevaba 25.000 quilates más un grupo de cristales aglomerados de 24.644 quilates. En 1993, unos buzos las encontraron, con una piedra de 964 quilates que había pertenecido a Hernán Cortés, de forma oblonga, superando el tamaño de una mano abierta, bautizada “Reina Isabel”.
Todas las esmeraldas célebres del Tesoro del Palacio Topkapi en Estanbul provienen de Colombia, como aquellas del tesoro de Irán y las del Palacio de las armaduras del Kremlin en Moscú.